Muestra: Rodolfo Walsh, los oficios de la palabra
Organizador: Biblioteca Nacional de Argentina
Fecha: Del 7 al 28 de 2018
Rodolfo Walsh. Los oficios de la palabra
Por Jorgelina Núñez*
“Una de las cosas que sin duda me divierten, me halagan, y me intimidan, es hasta
qué punto uno puede convertirse en un monumento a sí mismo, en la conciencia
moral de los demás”. Rodolfo Walsh escribía esto en los apuntes que componen su diario
íntimo. Así exponía, en pocas palabras y mejor que nadie, los riesgos que corre el
intelectual que interviene a fondo en la vida pública.
La coherencia y el rigor de su trayectoria como periodista y escritor, su compromiso
político y las circunstancias de su muerte trágica, ocurrida hace cuarenta años, abonaron
la cristalización de su figura en el sentido anunciado en la cita anterior hasta transformarla
casi en un cliché refractario tanto al escrutinio de los matices como a la ponderación
detallada de sus virtudes. Entre ellas, la de no resignar jamás la búsqueda de la verdad, ni
la calidad y precisión de un texto frente a las presiones de lo inmediato o de la intención
propagandística.
Con la muestra Rodolfo Walsh. Los oficios de la palabra, la Biblioteca Nacional
rinde homenaje a un autor fundamental dentro de la literatura argentina, de la
manera que considera más respetuosa: exhibiendo la riqueza de su obra prodigada en
múltiples y, por momentos, sorprendentes aspectos.
El primer núcleo de la exposición se articula alrededor de Operación Masacre, de
cuya primera edición se cumplen sesenta años. “Me cambió la vida”, solía decir el
escritor acerca de la investigación que llevó adelante sobre el fusilamiento
clandestino de un grupo de civiles en el basural de José León Suárez en la
madrugada del 10 de junio de 1956. Las notas que la componían fueron apareciendo
más tarde, a medida que se desarrollaba, en las revistas Revolución Nacional y Mayoría.
Pero el autor ya había imaginado para ellas su destino posterior, de ahí que las subtitulara
“Un libro que busca editor”. La oportunidad se la daría Sigla, una editorial de
temperamento nacionalista de derecha con la que Walsh no se identificaba pero a la que
le reconocía el “coraje civil” de tomar a su cargo la publicación. La primera edición en libro
aparecerá a finales de 1957 con el título Operación Masacre. Un proceso que no ha sido
clausurado.
“Operación Masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior. En 1964 decidí que en todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía”. R. W.
A esa edición le siguieron otras tres en vida del autor: la de 1964, publicada por Continental Service, con el subtítulo Y el expediente Livraga, con la prueba
judicial que conmovió al país; la de 1969 en la editorial Jorge Álvarez, sin subtítulo; y la
de 1972, de Ediciones de la Flor. En cada una de ellas y como respuesta a las
consecuencias de su denuncia, Walsh introdujo modificaciones estructurales
significativas –cambios de epígrafes y de prólogos, supresión de la introducción y de un
capítulo (el 23), agregados y supresión de textos y del epílogo–. De esa manera su obra
estableció un diálogo con los distintos momentos históricos y se ofreció como el plan de
maniobras donde podían seguirse los movimientos del poder represivo.
Importa señalar que el escritor, considerado como uno de los precursores del
nuevo periodismo y el género de no-ficción, delimitaba de manera estricta las
competencias de la denuncia y de la literatura. Consciente de que el deslizamiento de
la segunda sobre la primera comprometía no solo la verdad, sino también la eficacia de
la prueba, de ella tomaba recursos formales, estilísticos. Pero aun bajo esa premisa
autoimpuesta, brilla el narrador que organizaba los argumentos con una contundencia
incontrastable. Su hija, Patricia Walsh, narraba una anécdota elocuente: “Mi padre leía
las notas que otros colegas y yo escribíamos en la redacción del diario Noticias y, al tiempo que afirmaba con la cabeza, iba tachando uno a uno los adjetivos. ‘Dejen que los
adjetivos aparezcan solos en la cabeza del lector’, era una de sus máximas”.